por Alejandro Borensztein
El kirchnerismo te deja de cama. Yo decidí tomármelo con calma, si no quiero que la próxima carótida sea la mía. Cada tanto me siento bajo un árbol, tomo aire y veo pasar el bolonqui sin preocuparme demasiado.
Del viaje a Cancún no puedo quejarme. Con la Compañera Jefa se viaja fenómeno. Hoteles lujosos, buena comida, tragos, algo de shopping. En fin: kirchnerismo "all inclusive". El único problema es que hay que bancarse los interminables discursos de Chávez, pero bueno, nada es perfecto. De tanta reunión latinoamericana y bolivariana, ya todos aprendimos a dormir con los ojos abiertos.
La última tarde tuvo su toque de glamour cuando, a la puesta del sol, todos salimos a caminar descalzos por las tibias arenas mayas. Sacando berberechos en la orilla, el canciller Taiana reflexionaba: "Qué extraño, ¿por qué el grupo Río se reúne en Cancún y no en Río?". "Yo supongo -contestó el embajador Timerman- que por la misma razón que el Rally París-Dakar no se corre entre París y Dakar, sino en la Argentina". El embajador argentino en Washington estaba orgulloso: no pudo lograr que Hillary Clinton pase por la Argentina durante su próxima gira latinoamericana, pero consiguió que CFK tenga una importante reunión en Montevideo con la secretaria de Estado, en un breve pero trascendente encuentro bilateral que tendrá lugar en el ascensor del hotel. Más precisamente, en lo que dura el trayecto desde el cuarto piso al lobby.
Al llegar a Buenos Aires, la cosa se puso mucho más dura porque tuvimos que atender varios frentes a la vez. Fue un miércoles fatal.
A la mañana, el Compañero Jefe bramaba reclamando que hagamos algo con la Cámara Contencioso Administrativa para que libere los fondos del Bicentenario. Aníbal Fernández utilizó una navaja Swiss Army Victorinox para abrir una zanja en su gran tegobi nacional y popular, y de entre los matorrales extrajo una servilleta igual a la famosa servilleta que tenía Corach con los jueces amigos del menemismo. El Compañero Jefe leyó los nombres de algunos posibles jueces amigos del kirchnerismo (curiosamente son casi los mismos) y mandó un par de tipos con una valijita llena de razones para lograr convencer a los jueces de que desbloqueen los fondos. Mientras los emisarios salieron para Tribunales, nosotros fuimos a Olivos al almuerzo de la Compañera Jefa con los empresarios. Al rato, nos enteramos de que el fallo salió en contra y nos quedamos sin la mosca. Se ve que la servilleta ya está completamente desactualizada.
Mientras la Compañera Jefa le hablaba a los empresarios en Olivos, el Compañero Jefe caminaba por la cocina, obsesionado por el próximo escollo del día: las comisiones en el Senado. "La oposición dice que junta 37 senadores y nosotros 35. Si le sacamos uno solo y nos vamos del recinto, ellos no tienen quórum. ¡Salgan de shopping, ya!", ordenó el Jefe. Aníbal fue categórico: "Todos los legisladores que estaban de oferta, ya los compramos. Y por ahora no hay entrega de mercadería nueva".
El Compañero Jefe miraba a través de la ventanita redonda de la puerta vaivén que separa la cocina del salón comedor. Estaba lleno de empresarios. Muchos contreras, muchos chupamedias, muchos que hacen negocios con nosotros, muchos que hicieron sus negocios en los 90 y muchísimos que los hacen siempre.
"¡Ya lo tengo! ¡Los 90! ¡Menem es nuestro hombre!", dijo Néstor metiéndose una mano en el bolsillo y apretándose los bochines. Yo no le escuchaba esa frase desde que era gobernador en Santa Cruz y, entre todos, regalaron YPF.
"¡Méndez es nuestro hombre!", repitió justo en el momento en que apareció la Compañera Jefa, quien sólo escuchó esa última frase. Indignada, le tiró con una rodaja de canto de vitel toné, calculando no pegarle en la carótida. No sé por qué se indigna tanto, pensé yo. Cuando se reformó la Constitución en el 94 para permitir la reelección de Menem, ella fue constituyente por Santa Cruz. Pero bueno, eso fue hace mucho tiempo, cuando éramos chicos. Aníbal murmuró: "No exageremos tanto que en los 90, menemistas éramos todos". Estuve a punto de decirles que yo no, pero me lo guardé porque últimamente están muy susceptibles. "Ok, busquen a Menem", dijo la Jefa mientras disimuladamente se apretaba el busto presidencial izquierdo. "Ojo", dijo el Jefe, "no es con plata que lo vamos a convencer a Méndez". "¿A quién?", preguntó Randazzo que en ese momento se sumaba a la reunión. "Basta Néstor", dijo Aníbal. "Dígale Menem y agárrese los huevos que se entiende mucho mejor".
Randazzo venía a explicar que la oposición también estaba detrás de Menem. "¿Cuánto vale Méndez?", se preguntaban en el bloque opositor, y empezaron a juntar la tarasca. Entre los del PJ disidente, los radicales, los del Acuerdo Cívico y los independientes juntaron 7.300 pesos. Desesperados, lo llamaron a Macri, pero ya todos sabemos que con el Compañero Cartonero vas muerto. Después lo llamaron a De Narváez a la piscina de su casa. perdón, a la Cámara de Diputados, para pedirle que aporte lo necesario. De Narváez, ofreció todo lo que hiciera falta. Al 15% mensual.
El Compañero Jefe la tenía mucho más clara: "A Méndez le gustan otras cosas". Aníbal Fernández escarbó en su bigote setentista y sacó un papelito enrollado. Tenía nombre, dirección y fotito de dos ucranianas infartantes. ¡Bingo! Es indudable que para el tegobi de Aníbal, la vida no tiene secretos. "Vamos", me dijo el Jefe de Gabinete. El Compañero Jefe se me acercó y disimuladamente me puso en el bolsillo dos pastillones de Viagra como para hacerle explotar el bobo a cualquiera. La Compañera Jefa manoteó de la cocina unos trozos de cerdo recién adobado como para reforzar el mensaje. "Avisale que lo preparé con mis propias manos".
Nos fuimos con Aníbal a buscar a las chicas a una dirección que jamás revelaré y los cuatro recorrimos todos los saunitas de la ciudad en busca de Menem. Finalmente encontramos al ex presidente en el spa de un hotel 5 estrellas, dentro de una cama solar y recién salidito del baño turco. Obviamente.
El tipo se avivó de todo en el acto. Estaba cabrero: "¿Quién se creen que soy? Io no me iamo dos ucranianas". "Si hace falta agregamos otra", le dije yo, pero no me escuchó. "Estoy harto. Io no soy una cosa. El Gobierno me desprecia y la oposición me usa y me ignora. Scioli, Reutemann, Duhalde, Solá, De Narváez y tantos otros no serían nadie si no fuera por mí".
"Ok, Carlos, pensalo", dijo Aníbal. "Voy a llevar a las chicas a su casa y después hablamos". "No te preocupes, dejalas aquí nomás que io las ievo después", dijo Menem mientras gentilmente nos acompañaba hacia la salida. Antes de irnos me chamuyó al oído: "Che pibe. ¿Néstor no te mandó nada para mí?" Le di los pastillones y nos fuimos.
En el Senado, Menem nunca apareció. Pichetto, antes de retirar a su bloque, acusó a la oposición de usar los mismos métodos abusivos y autoritarios que les endilgaban al oficialismo. Tal vez tenga razón. Para abusivos y autoritarios, mejor que nos dejen a nosotros los kirchneristas, que tenemos mucha más experiencia.
Así terminó una tarde gloriosa para el viejo playboy del peronismo. Qué curioso: la avanzada opositora corriendo detrás de Menem para conseguir su voto es una paradoja ideológica tan insólita como el inconfesable agradecimiento oficialista al riojano por no haberse presentado. Ambos bandos lo buscaron, lo necesitaron, lo coquetearon y lo mimaron. Las vueltas de la vida: antes, el Compañero Jefe se tocaba los perdigones cuando tenía que nombrar a Menem. Ahora, para Kirchner, Menem ya no es Méndez. Por otro lado, tipos como Romero o De Narváez van a tener que pensarlo dos veces antes de esconder sus profundas convicciones menemistas, tratándonos a todos como si fuéramos unos giles que no sabemos quién es quién en la Argentina.
Me fui caminando, cansado. Me senté en una plaza bajo un árbol a tomar aire. Tenía hambre. La verdad, Compañera Jefa, el lechón estaba buenísimo.
Fuente: Clarín
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