viernes, 29 de octubre de 2010

Homenaje a Néstor Kirchner

Néstor Kirchner; constructor de una Latinoamérica mejor.



http://www.youtube.com/watch?v=f-4pJ5T0HL4

miércoles, 27 de octubre de 2010

Mariano Ferreyra

Repasemos las siguientes afirmaciones, conjeturas, preguntas.

Pedraza es un miserable. No hubo dos bandos enfrentados sino uno solo.
Las policías Bonaerense y Federal son sospechosas tanto por el hecho en sí como por sus antecedentes.
La intervención de barrabravas asienta la mirada sobre el matonismo de la patota sindical. Si el bando fue uno solo no hubo enfrentamiento, como apuntó alguna prensa canalla, sino emboscada. La Unión Ferroviaria debe hacerse cargo de la conducta de sus encuadrados, y de todo cuanto se desprenda de los negocios que implementa. Las empresas tercerizadas son socias del gremio, y por tanto de la patota. El Gobierno tiene responsabilidad porque queda expuesto, en episodios como éstos, que apaña o tolera la precarización laboral y a los sindicalistas que la fomentan.
Las empresas involucradas, dicho sea de paso, no abrieron la boca. “Un zurdito menos”, se le escuchó decir a uno de los agresores de acuerdo con el testimonio de un fotógrafo de Clarín.
Los grandes medios descubrieron o amplificaron, abruptamente, el ultraje de la precariedad laboral.

Cuando atacan por las barbaridades y deficiencias del Gobierno, llámese el bochorno del Indek o los privilegios para los empresarios amigotes, no atacan por eso. Agreden por lo que los jode en los/sus símbolos estructurales. Y lo que los jode es tan enorme, aun tratándose de casi elementales detrimentos en sus eternas inmunidades de clase, que si tienen que usar a un pibe asesinado no lo dudarán ni un segundo. Es una frase hecha pero de puntería muy difícil de desmentir: a este Gobierno le caen encima por lo que hace bien, no por sus defectos reales.

El pibe militaba a pie firme contra las condiciones que generan a los hijos de puta que lo mataron. Y en lo tocante a la parte más directa de su tragedia, contra un modo de representación sindical y sus sucedáneos de mafias, esbirros, mercenarios, negociados, que son igualmente una tragedia subsistente para los valores democráticos. El gobierno nacional, al que otros hijos de puta de apariencia atildada pretenden enrostrar culpabilidad por el asesinato, tiene la tarea de no conformarse con la identificación de los homicidas.
Hay que acabar con los que conocemos todos. Por el pibe, por tantos otros y en defensa propia, al fin y al cabo. Suena a mera retórica, a consigna de sentido común, pero ¿acaso se puede decir y, sobre todo, esperar otra cosa?

Mientras haya Pedrazas no habrá paz. Se los enfrenta con militancia y con denuncia persistente. Pero la avanzada, la ejemplaridad, empieza por el Gobierno. Por lo que el Gobierno demuestre como vocación política para defenestrarlos. Si la tuvo y la tiene en la decisión de no reprimir, que es quizás uno de sus logros liminares precisamente porque le puso freno a la muerte, debe anotar que hace falta igual disposición para quitarse de encima las lacras que –a título de defender al oficialismo, como si fuera poco– le tiran un muerto de todos modos.

Fuente: Los que conocemos todos

domingo, 24 de octubre de 2010

En la puerta...

Contrarrestando la campaña en contra, YA pegué, a la vista de censistas y vecinos:




(https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEizsxVcl1iql0sfSQK4wzZmDWYcf4La_2vW5hiDm-jIjsKGSE2OrGCZyB06oJSdhWTPywRz_aApeGRnupSea7R6QsZSwmlKx0Ti4r2D4A7O-gTlYE3K6gQI-dHejIxZF8Yjq3QXM8HPMk1L/s320/CENSO.JPG)

Obviamente, para que hagan otro tanto.


Debido al fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner, hoy estamos de duelo.

lunes, 18 de octubre de 2010

Los monos sabios

Hay una antiquísima leyenda china que cuenta que los dioses enviaron tres monos mensajeros para que delataran las acciones malas de los hombres, mediante un conjuro mágico. Cada mono tenía dos virtudes y un defecto, y el conjuro funcionaba en el siguiente orden:

Kikazaru: representado como el mono sordo, era el encargado de utilizar el sentido de la vista para observar a todo aquel que realizaba malas acciones para transmitirselo a Mizaru mediante la voz.
Mizaru: era el mono ciego. No necesitaba su sentido de la vista, puesto que se encargaba de llevar los mensajes que le contaba Kikazaru hasta el tercer mono, Iwazaru.
Iwazaru: el tercero de los tres monos era el mono mudo, Iwazaru, que escuchaba los mensajes transmitidos por Mizaru para decidir la pena de los dioses que le caería al desafortunado y observar que se cumpliese.

Más allá de su evolución en el tiempo, esta leyenda es un compendio maravilloso de la vida social y de la actitud del hombre. Los dioses encargaron la misión a un grupo, no a uno sólo, y cada uno de ellos tenía virtudes pero un defecto. Uno era sordo, otro ciego y otro mudo, pero se complementaban entre sí, conocían su rol y lo cumplían de acuerdo a las instrucciones de los dioses.


El orden se formaba y se ejecutaba en un sentido grupal, y cada uno de los que detentaban esa condición sabia que necesitaba del otro, porque tenía una incapacidad o un defecto. Las sociedades modernas muchas veces se olvidan de dichas condiciones y asumen una actitud inconfundiblemente autoritario disfrazada de paternalismo.

Cuántas sociedades viven años, décadas, sin poder elegir su estilo de vida, sus representantes, porque los líderes manifiestan que no estan preparadas o que sólo ellos pueden decidir. O me votan a mi, o vuelve el desastre que ya hemos vivido. Suena conocido, y se repite sobretodo en las jóvenes naciones latinoamericanas, que pendulan entre el poder electo y el poder de facto, y entre la libre expresión y el autoritarismo, de cualquier índole, de izquierda, de derecha, de centro, antiguo, nuevo, antiquísimo o novísimo.

A la figura de los monos sabios, he antepuesto dos imágenes que se le oponen, el del borrego y el del asno. El borrego es un animal joven, inexperto, que necesita crecer y capacitarse. Proclive a ser confundido por algunos más expertos o más adultos, y llevados a realizar no su voluntad, sino la de los que los confunden. Muchos sectores de nuestras sociedades adoptan esa actitud, por temor, por indiferencia, por comodidad, por ignorancia o por conveniencia.

El peligro de esta actitud es que se propaga a otros miembros del sector y a veces a otros sectores. El asno es un caballo pequeño, orejudo, que en su segunda acepción adopta la figura de una persona sin luces, ignorante o desubicada. Muchos sectores con poder, adoptan la figura del asno, sienten tanto poder que muchas veces su comportamiento obra en su contra, y el de sus congéneres, obligando a muchos a seguirlos en sus desatinos.

Siguen empecinados y obsecuentes con su conducta, sin comprender, a veces también sin darse cuenta, que los deteriora, los desubica y los retrasa en la consecución de sus proyectos. Muchas veces uno siente la congoja y la tristeza de estar ante una sociedad de borregos y asnos, en lugar de una sociedad de monos sabios. Volvamos a la leyenda. Los monos sabios son enviados de los dioses. Por lo tanto son necesarios, y están en el cuerpo social aunque a veces no se noten.

A través del tiempo hemos visto muchas veces cómo han pasado inadvertidos para su momento, y como otros han rescatado su valor y su mensaje y sobre todo su marca, el haber señalado los males y el haber intentado que sean cumplidas sus penas. Lo importante es percibirlos en su tiempo, escucharlos, tener en cuenta sus reflexiones y tratar de sacar provecho de ellas.

Confrontarlas con la actitud que tenemos ante la vida, ante la sociedad, y ante nuestros contemporáneos, y en alguna medida tratar de cambiar para ser mejores. Recuerdo una frase de un periódico argentino atribuida a Sócrates: Dios me puso sobre la ciudad como un tábano sobre un noble caballo, para aguijonearlo y mantenerlo despierto.

Fuentes: Blog de los lectores
Significado de los tres monos sabios

lunes, 11 de octubre de 2010

Relaciones frías

Por Juan Sasturain

No es fácil enamorar a una mujer que tiene freezer.
Uno llega con palabras frescas y ella tiene –congeladas en el freezer– las que le dijimos una hora o dos años atrás.
Descongela y dice:
“Comamos primero lo de ayer, hagamos una cena fría con estas sobras de abandono, estos restos de despedida con que me dejaste plantada”.

No es fácil convencer a una mujer que tiene freezer.
Uno llega con un abrazo inédito, las yemas de los dedos renovadas, huellas flamantes para nuevas sensaciones, y ella tiene –en un helado estante del freezer– las marcas de nuestras últimas manos puestas sobre su sensible corazón, los guantes con que abofeteamos su esperanza, el dibujo de nuestro viejo codo acodado a la mesa donde le dijimos que no daba para más.

No es fácil amar a una mujer que tiene freezer.
Uno va en busca de sus hermosas tetas y ya no están, tibias, ahí donde solían, sino en el freezer y hay que aceptarlo. Todo tiene un tiempo de deshielo, un tiempo de cocción. Las estaciones duran minutos; los años, meses que se disuelven en segundos para la mujer que tiene freezer.

No es fácil ser el amor de una mujer que tiene freezer.
Hay que esperar. Encontrar una percha helada y cómoda donde quedar colgado y ponerse ahí. Hasta que una noche ella sienta un vacío en la boca del estómago, en el costado de su cama, y vaya entregada al freezer.
Conviene estar en la primera fila.

Para esas sensaciones bruscas se preparó el famoso Disney –dicen–, pero uno siempre espera que le vaya mejor que al pobre Walt, vivo de olvido, muerto de frío: “No se puede matar a la mamá de Bambi, hacer sufrir a Dumbo y esperar que todo termine bien y sin explicaciones”, dice la mujer que va del freezer al cine y por la vida.

No es fácil olvidar a esa mujer que tiene freezer.
Se nos ha congelado en la memoria y sólo queda aguantar el remoto, ruidoso deshielo. Habrá que estar en el momento justo en que se parte el Perito Moreno de su corazón, aprovechar la grieta para colarse mientras los japoneses registran que por fin, que valió la Pena.

sábado, 9 de octubre de 2010

La mujer que limpia


Aldana venía las 9 de la mañana, cuando yo estaba en el medio de mi noche de sueño. Por eso, al principio, me despertaba de un timbrazo, yo le abría la puerta dormido, le daba algunas indicaciones y me volvía a meter rápido en mi habitación. Después de unos meses le di la llave y le dejaba una notita con lo que tenía que hacer. La noche anterior revisaba la casa para no dejar cosas de valor tiradas por ahí. Lo único de valor que tengo es un Ipod y una laptop, así que esas eran las dos cosas que escondía.

Entre sueños escuchaba el ruido de la llave en la puerta, a la mañana siguiente. La adivinaba dejando el bolso sobre el sofá, escuchaba el clic del interruptor de luz, la imaginaba inclinándose sobre la notita que le había escrito y luego caminando, escuchaba la puerta corrediza de la cocina y luego el ruido de sopapa despegándose de la puerta de la heladera, las puertas de la alacena (estaba decididiendo si tenía que comprar algo más, elementos de limpieza o algún ingrediente para cocinar lo que le había pedido), luego iba al baño y finalmente se escuchaba el ruido de la puerta de entrada cerrándose, cuando se iba a comprar. Yo me dormía otra vez, pero volvía a despertarme por unos pocos segundos durante toda la mañana, por algún ruido: la cuchilla picando verdura, un mueble que se corría, el cepillado de la bañera para despegar el jabón, la puerta de un ropero que se abría para colgar la ropa ya planchada.

Pasado el mediodía me golpeaba la puerta para limpiar la habitación. Me ponía un jogging roto que dejaba al lado de la cama y salía de la habitación, medio dormido. Ese era el mejor momento, cuando abría la puerta de la habitación y sentía el olor al brillo del piso mezclado con la comida. Me hacía acordar a cuando era chico. Mi mamá no cocinaba mucho, pero sí embadurnaba la casa con los olores de la limpieza. Enceraba casi todos los días, así que yo me despertaba con el rugido espiralado de la enceradora, el olor a cera y a veces el olor a milanesas. Yo dormía en un sofá-cama en el living, y por eso si había que recibir a alguien me tenían que despertar. Rápidamente se ordenaba el living, se tiraba un poco de desodorante de ambientes y se daba vuelta el colchón del sofá cama para que quedara la cuerina hacia arriba. Yo me queda esperando en el pasillo a que el invitado se fuera abrazado al bollo de sábanas, en pijama, dormitando con la cabeza contra la pared.

De a poco Aldana fue aprendiendo. No le tenía que indicar qué cocinar, elegía ella. Hacía más cosas. Iba a buscar la ropa al laverap, la planchaba. Iba al supercado, compraba lo necesario. Ordenaba los libros. Me organizaba los cajones. Y sólo hablamos cuando al final le tenía que pagar.

Un día me contó que su marido tenía cáncer. Se le notaban las ojeras, la cara pinzada por los tirantes de la angustia. Me contó cómo su marido empezó a sentirse mal, los estudios que le hicieron, el diagnóstico que fue volviéndose cada vez más nítido. Trató de contener las lágrimas pero no pudo y siguió hablando con la voz ahogada. Yo sentí que debía abrazarla, pero me quedé clavado donde estaba, apoyado contra la pared. Si le doy más confianza va a llamarme por teléfono varias veces por semana, pensé, y me va a contar los detalles del deterioro, del dolor, de la impotencia. Las cosas que se me ocurrieron para decir me sonaron todas falsas y estúpidas, así que me quedé en silencio. Después le dije que se fije, que si se quería tomarse un tiempo y no venir, que podía buscar a otra persona, y luego ella podía volver, que yo le iba a guardar el trabajo para ella. Me dijo que gracias, pero que necesitaba el dinero en ese momento.

A partir de ese momento, y durante meses, cada vez que salía de la habitación, dormido, ella decía: “Bueno, esta semana…” y empezaba a contarme las visitas a médicos, los tratamientos que no funcionaban, los trámites en la obra social. Era un recorrido itemizado por todos los intentos de curar o de prolongar. Yo sentía que ese relato estaba destinado más a ella que a mí, una manera de ordenar las cosas, precariamente, en secuencia. Yo aprendí a decir algunas frases intrascendentes. Decía mucho “quizás”, una palabra que nunca uso. Siempre uso “capaz”, pero en ese momento “quizás” me parecía más apropiado.

En todo ese tiempo ella nunca preguntó nada sobre mí. Sólo sabía los datos básicos de mi trabajo, de lo que como, y poco más.

A los pocos meses el marido murió. Me enteré por un mensaje que dejó en el contestador, diciendo que no iba a venir por un tiempo, que me iba a avisar cuando pudiera venir otra vez. Se le quebró la voz y cortó. La llamé al día siguente para decirle que lamentaba lo que había pasado. No dije nada más. Ella me contó qué fue todo lo que se trató de hacer en la última semana. Se notaba que ya había contado esto de la misma manera muchas veces, y me lo contó a mí porque sintió que tenía que darle un final al relato de todos esos mediodías, antes de abrir la puerta del horno o destapar una cacerola y mostrarme lo que había cocinado.

Pasaron unos 6 meses hasta que volvió a comunicarse, diciendo que quería volver a trabajar. Cuando la vi noté las secuelas del dolor en su cara, pero también noté que se había maquillado un poco. Se quejó de dolor en las cervicales. Le dije que no se preocupe tanto por la limpieza, que pase el escobillón y quite el polvo de los muebles. Me interesaba más lo que cocinaba, y ella pareció aliviada con mi sugerencia. Se notaba que le gustaba cocinar más que limpiar. Me contó que estaba terminando un curso de catering y que después iba a hacer uno de computación. Como estaba dando talleres literarios en mi casa, le pedí que hiciera comida para mí y también para el taller. Hacía cosas elaboradas: canapés, brochettes con albondiguitas, fiambre y tomates cherry, etc. Después, a la semana siguiente, me preguntaba qué respuesta había generado su comida. Incluso me dijo que iba a hacer tarjetas así las repartía entre mis alumnos. Se esforzaba cada vez más y sus platos se iban poniendo cada vez más elaborados.

Un día me contó que había conocido a un hombre en el colectivo.

- Estaba de traje – dijo -. Parece un galán de telenovela. Me miró y a mí me dio verguenza, no pensé que me miraba a mí. Vi que anotaba algo en un papelito y cuando se bajó me lo dio. Era su teléfono. ¿Qué hago, lo llamo?

Le dije que obvio que sí, que lo llamara.

- Ya lo llamé – me dijo, riéndose -. Hablamos todas las noches como dos horas. Trabaja mucho, lo único, así que todavía no nos vimos, pero esta semana me saca a cenar.

Aldana se compró un celular, y ahora lo que me despertaba durante toda la mañana era el bip creciente del celular, que sonaba cada 15 minutos. A medida que avanzaban los meses, Aldana se quejaba cada vez más de problemas físicos. Cada vez que iba a un médico le diagnosticaban algo. Cuando yo salía de la habitación, dormido, ella decía: “No sabés, esta semana…”. Miopía, presión alta, desviación en la columna… y finalmente, artritis. Empezó a faltar, muchas veces sin avisar. Finalmente hablé con ella y le dije que me sentía mal haciéndola trabajar, cuando tiene tanto dolor en los huesos. Si querés podés venir solamente a cocinar, le dije. Me dijo que igual venir hasta mi casa era mucho viaje y que por suerte el novio le había dicho que la podía ayudar económicamente, y que por eso había pensado en dejar de venir,aunque no se animaba a decírmelo. Le dije que me parecía bien, que era una lástima que no pudiera venir más, pero que lo más importante era su salud. Me dijo que le daba mucha pena, porque más allá del trabajo y del dinero, me había tomado cariño. Se le cayeron algunas lágrimas pero enseguida se recompuso. Me contó que ya había terminado el curso de computación, y que el novio le había regalado una computadora usada. Me pidió el mail. Se lo di.

A los pocos días empecé a recibir decenas de mails. Fotos de amaneceres, poemas de Benedetti, chistes sobre las diferencias entre los hombres y las mujeres. Como mi email empieza con crodriguez, recibo siempre mucho email que no es para mí, sino para Celia, Carlos, Celeste, Cinthia, César o Camilo Rodriguez. Por eso no me di cuenta que los emails venían de ella y además su correo era “vidaypaz2458” y no contenía su nombre. Respondí el mail con un : “Por favor, no te conozco, no mandes más emails a esta dirección”. Varios días después me respondió: “Perdón, pensé que lo conocía, debe ser otro Christian Rodriguez. Aldana.” Me hice el tonto.

A la semana siguiente vino a casa a despedirse y a devolverme la llave. Me contó que había mandado mail pero que un rayado que tenía la misma dirección que yo la había mandado a pasear. Le dije que mejor me de su email así yo le mandaba un correo y quedábamos conectados. Apenas le mandé empezaron a llegar todos los grandes éxitos del spam: el poema de que sólo hay un par de huellas en la playa porque en esos momentos te llevaba en mis brazos, el hotmail se va a volver pago si no hacés tal cosa, lo del activia es una mentira, etc. Esperé unos días y le mandé un correo contándole que por mi trabajo recibo decenas de mails por día, y que por eso sólo puedo responder a los que me están dirigidos en forma personal. A los pocos días me llegan unos pocos correos con cadenas, pero ahora les agrega a la línea de tema del correo un “CHRIS MIRA ESTO!!!”. Por ejemplo: “CHRIS MIRA ESTOO!!! Los ventiladores de techo causan cáncer (estudio Universidad de Maryland), Difundir, NO ES CADENA!”.

Me resigno a hacer 20 clics todos los días para borrar los correos de Aldana.