martes, 6 de abril de 2010

¡Hola!, mintió él

por Miguel Ángel Santos Guerra - 23 Enero, 2010

¿Puede llamarse realmente 'piadosa' a una mentira?

Esta ingeniosa expresión de Robert Maxwell me sirve para abrir algunas reflexiones sobre las trampas del lenguaje y sobre la falsedad que se esconde detrás de las palabras.

¿Cuántas veces hemos dicho “buenos días” a quien, en realidad deseamos un día de perros o sobre quien arrojamos la más displicente indiferencia? ¿No hemos dicho alguna vez “enhorabuena por el éxito” a una persona que consideramos claramente incompetente? ¿Por qué decimos “feliz cumpleaños” a quien no nos importa siquiera que los cumpla, no ya que los celebre con felicidad?

En los pasados días de Navidad hemos llenado llenamos la atmósfera de expresiones que transmiten buenos deseos. Me parece estupendo, por cierto. Ya decimos demasiadas veces cosas desagradable de y a los demás. Pero, ¿son siempre sinceras o son meramente protocolarias? ¿Están algunas veces envenenadas por los verdaderos sentimientos? ¡Ay, Señor, si el corazón y la cabeza fuesen transparentes y se puede ver desde fuera lo que se está pensando y sintiendo cuando se dicen palabras hermosas!

El lenguaje es como una escalera por la que subimos a la comprensión y a la liberación pero por la que bajamos a la confusión y a la dominación. El problema no radica en que no nos entendamos sino en creer que nos entendemos. El problema está en pensar que las palabras son inequívocas y que podemos utilizarlas sin maldad.

Tiene esta cuestión, a mi juicio, tres dimensiones que se complementan. Una se sitúa en la naturaleza misma del lenguaje. Otra en su utilización torticera. La primera cuestión es de orden técnico, la segunda de naturaleza psicológica. Podríamos abrir un tercer aspecto que mezcla los dos anteriores. Me refiero a la utilización que se hace del lenguaje de forma bienintencionada pero torpe.

Dentro de la primera dimensión nos preguntamos: por el verdadero significado de las palabras. ¿Tienen una semántica indiscutible? ¿Son inocentes esas acepciones? Las palabras pueden tener múltiples significados. Y, además, cada persona tiene un código semántico que aplica desde su peculiar contexto, formación e idiosincrasia.

Weston, en su obra “Las claves de la argumentación”, se refiere a una leyenda que dice que los herederos de Platón en la Academia, luchando con la definición de “ser humano”, llegaron finalmente a esta joya: un ser humano es un bípedo implume.

“Bípedo” (es decir: animal de dos patas) es el género propuesto; “implume” es la diferencia propuesta. Recuerde que los griegos no se habían tropezado todavía con los monos, así que los filósofos perseguían, simplemente, distinguir a los humanos de los pájaros, los únicos otros bípedos conocidos. Implume cumple el requisito. O al menos lo cumplía hasta que Diógenes desplumó un pollo y lo arrojó por encima de la pared de la Academia. He aquí otro bípedo implume.

Veamos algún ejemplo más. ¿Qué entendemos por educación? Hay quien piensa que se trata de un proceso de domesticación. Hay quien, por contra, piensa que es un proceso de liberación.

¿Qué entendemos por autoridad? ¿Es simple poder? ¿O tiene que ver mucho más con la capacidad de ayudar a los demás. Lo decía hace unas semanas Emilio Lledó, con la sabiduría que le caracteriza: “La autoridad procede del amor a la tarea y a las personas con quienes se realiza” ¿Qué entendemos por “calidad” en educación? En algunos lugares se resuelve el problema aplicando pruebas estandarizadas a los alumnos y haciendo un ranking de la calidad de las escuelas según esos resultados. Pero puede haber una escuela “de mucha calidad” que practica la xenofobia, el racismo, el elitismo para la selección de sus alumnos, que cuando ya están dentro practica la insensibilidad pedagógica de echar a quienes van mal y que la víspera de las pruebas hace la burda trampa de decir a los alumnos menos aprovechados que al día siguiente no acudan al Centro porque se van a realizar unas pruebas y van a bajar el nivel. ¿Es eso calidad?

La segunda dimensión nos sitúa en el uso tramposo del lenguaje. De forma intencionada llevamos a los demás al error. Con las palabras engañamos de manera espontánea o planificada. Podemos mentir. Decir unas cosas por otras. Afirmar cosas que a ciencia cierta sabemos que son falsas. Hay quien domina el uso tramposo del lenguaje, verdaderos magos del prestidigitador que hacen juegos verbales conducentes a producir un engaño que no se puede descubrir fácilmente. En el terreno de la política, de la publicidad, de la docencia, de las religiones, de la televisión se cultivan con frecuencia estas artimañas lingüísticas. .

En la tercera modalidad no se pretende engañar pero se acaba haciéndolo ya que se desconoce el verdadero significado de las palabras. No hay maldad, hay torpeza. No hay intención de engañar pero, de hecho, se engaña.

Los engaños a través del lenguaje no se eliminan a golpes sino con la inteligencia de las personas que pretenden ser engañadas. Desde el poder se utiliza, a veces, para callar a quien descubre la trampa el “argumentum ad baculum”, es decir, “el argumento del palo”.

Alumno: Lo mejor sería que volviese a explicarlo porque no está nada claro.

Profesor: (Le da un coscorrón en la cabeza): ¡Ni hablar!

La astucia hace que empleemos eufemismos para referirnos, por ejemplo, a realidades odiosas de una forma amable. “Avance estratégico hacia la retaguardia” es un modo engañoso de referirse a la huida de las tropas.

El lenguaje es una construcción social que requiere aprendizaje. Su utilización correcta requiere el esfuerzo de la educación. Educar es ayudar a que las personas detecten las trampas y, sobre todo, a que no se utilicen en las relaciones con otras personas, sean éstas amigas o enemigas. Usar el lenguaje con rigor y verdad es uno de los medios de mejorar la convivencia.

1 comentario:

Luis Quijote dijo...

Todo un tema para reflexionar.