sábado, 3 de julio de 2010

Memoria u olvido


Ya sabemos eso de que en nuestro país muchos sostienen que a la historia no hay que revisarla, hay “que mirar para adelante”. Esa conducta que los argentinos tenemos desde las primeras traiciones históricas a los principios de mayo es una de las causas de la impunidad, los crímenes y/o negociados.

Negar la historia es nada más que un oportunismo circunstancial que se paga. La Historia de los pueblos debe estar basada en la Etica.
Vamos a tratar hoy el caso de tres símbolos manipulados por el poder y el oportunismo. Uno de ellos es el gorro frigio de nuestro escudo nacional, que llevaba la marca de Belgrano y que modificó el general Mitre –quien usó y escribió nuestra historia en su provecho–. Tanto en la bandera primigenia como en el escudo aparece la borla incaica como remate del gorro”.

“La Asamblea del año 1813 confió el diseño del escudo al platero y grabador Juan de Dios Rivera, quien había participado en la rebelión de Túpac Amaru. Refugiado en Buenos Aires, Rivera americaniza el gorro frigio y la Asamblea del año 1813 lo acepta. Es la misma borla que hoy usan los pueblos originarios del Noroeste y del Altiplano como remate de las orejeras de sus gorros. Y Rivera decidió vestirlo de acuerdo con la cosmovisión americana. De esa forma, nuestro escudo surgió al ideario de Túpac Amaru”.
“En el Bicentenario es hora de un nuevo descubrimiento, es hora de que regrese la borla incaica al Escudo nacional. Debemos enmendar la amputación ideológica que autentifica la presencia originaria e invisibiliza nuestra pertenencia a Latinoamérica. Debemos restaurar el valor simbólico y de integración continental de nuestro escudo nacional original, tal como fuera diseñado en 1813”.

Sí, volver a lo legítimo y no aceptar correcciones “progresistas” de los que querían demostrar que todos los argentinos somos blancos.

El otro proyecto corresponde a la ciudad de Buenos Aires y a su bandera. La que existe actualmente se debió a la misma que fue iniciativa del concejal radical García Arecha y ya había estado en los deseos del intendente de la dictadura militar de la desaparición de personas, el brigadier Cacciatore. Fue aprobada por el Concejo Deliberante por voto de los radicales y justicialistas y rechazada por el Frente Grande. Por el mismo se aprobó nada menos que la bandera del conquistador Juan de Garay. Tiene la corona de Castilla y León, una cruz sangrienta que representa a la poderosa orden militar y religiosa española de Calatrava, que luchó contra los llamados “infieles” y un águila imperial con cuatro pichones que representan las ciudades fundadas en el Virreinato del Río de la Plata.
Cuando fue aprobada, la opinión general fue que los que la apoyaron eran los representantes de la “bandera de Cacciatore”. Y es justo el calificativo, porque esa bandera que tenemos actualmente en nuestra ciudad no refleja de ninguna manera lo que debe ser el emblema de una ciudad, no condice con lo multirracial que es su población y ni siquiera con algunos de los conceptos de los pensadores de Mayo. La diputada Naddeo propone algo bien democrático, que para la nueva bandera se haga un concurso en que participen los alumnos de establecimientos educativos y culturales, así como centros culturales y organizaciones sociales.
Es decir, una forma absolutamente democrática. Porque es seguro que se elegirá el proyecto de una bandera que represente verdaderamente a esta Buenos Aires, con su historia tan discutida, que va de las represiones obreras de Roca a la Semana Trágica de Yrigoyen y a los desfiles militares de las dictaduras. Un proyecto que triunfe sobre la base de aprender de la historia para un porvenir de generosidad.

Nada más que un símbolo, pero una aberración cacciatoriana que hay que lavar, para limpiarnos de las vergüenzas y proponer futuros con ideales.

Todo esto nos lleva a otra realidad. Y voy directamente a la figura de un represor de extrema crueldad que al parecer, con sus “enseñanzas”, está siempre presente en la actualidad argentina. El coronel Ramón L. Falcón, un indigno represor de extrema cobardía. Digo esto último por la matanza que llevó a cabo, siendo jefe de la Policía, en el acto del 1º de mayo de 1909, cuando ordenó primero atacar a tiros, sin aviso, a las manifestaciones obreras que iban a la Plaza Lorea a recordar a los Mártires de Chicago.
Pues bien: la segunda calle más larga de Buenos Aires sigue llamándose “Coronel Falcón”, desde 1910. Ningún gobernante ha sido capaz de cambiar esa denominación, como lo pidieron los vecinos de Floresta que quitaron el nombre de Coronel Ramón Falcón a la plaza allí existente. Mucho peor todavía: el instituto donde se forman los oficiales de la Policía lleva el nombre nada menos que de Ramón Falcón. Después no sabemos cómo explicarnos lo del gatillo fácil, esos crueles crímenes que sigue cometiendo nuestra policía en las calles de todas nuestras ciudades.

Símbolos. Pero que influyen en la vida democrática. Limpiemos también esa memoria tergiversada.
Nota completa: La memoria tergiversada



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