Por Edgardo Mocca
Elisa Carrió es el símbolo de una etapa política argentina.
La que empieza a insinuarse con el escándalo de los sobornos en el Senado para aprobar la más regresiva ley laboral de nuestra historia y la consecuente renuncia de Chacho Alvarez a la vicepresidencia del gobierno de la Alianza. En octubre de 2001 la ciudadanía expresaría en las urnas su repudio al rumbo asumido por el gobierno de De la Rúa y dos meses más tarde, en las históricas jornadas del 19 y 20 de diciembre, las manifestaciones populares sellarían en las calles el fin de esa experiencia política.
Aunque las escenas de aquel incendio social parezcan hoy lejanas en el tiempo, vivimos políticamente bajo la influencia que proyecta esa experiencia. La elección del año próximo podría estar señalando la desembocadura de ese ciclo de la política argentina.
Se juega si la política puede escaparse definitivamente de la jaula de hierro del sentido común cualunquista y antipolítico sistemáticamente construido por los grandes medios de comunicación.
La estrella central de la Coalición Cívica de un modo personalizado y mediatizado de hacer política parece estar llegando a su ocaso. Y ese ocaso podría estar señalando también los límites insalvables de la acción política exclusivamente centrada en la video-seducción, carente de entramados colectivos y de sustentos ideológicos.
Carrió se convirtió en la heredera de la centroizquierda republicana que había expresado el Frepaso en los años noventa. A su alrededor se nucleó una importante cantidad de dirigentes de ese origen, que habían soltado amarras con la experiencia de la Alianza, cuando ésta apareció nítidamente como una continuación vergonzante del proyecto menemista. El escenario de aquellos días era muy propicio para la penetración del discurso refundacional desarrollado en clave ética: las crisis como las de entonces llevan a las sociedades a profundas interrogaciones sobre su historia y sobre su futuro; las viejas explicaciones y las viejas retóricas son arrastradas por el vendaval de los acontecimientos. La consigna “que se vayan todos” había encarnado en planteos políticos de máxima radicalidad, muchos de ellos, de sectores políticos e intelectuales, habitualmente caracterizados por su moderación y su prudencia.
Hace rato que en la UCR se está tomando nota del cambio en el humor político de la sociedad que, visiblemente, ya no es el de los afiebrados días de la protesta agraria de 2008, ni el de los coletazos de la crisis mundial en 2009. La idea de seguir haciendo política, hacia 2011, con el tono y las consignas de entonces –que hoy siguen siendo las de Carrió y los oligopolios mediáticos– ha dejado de ser una estrategia recomendable.
Lo previsible es que Carrió y las personas que decidan seguir acompañándola doblarán indefinidamente la apuesta de la rabia antikirchnerista incondicional.
¿Puede volver Carrió sobre sus pasos? Difícilmente el radicalismo la ayude con mucho más que con gestos afectuosos y políticamente correctos
La que empieza a insinuarse con el escándalo de los sobornos en el Senado para aprobar la más regresiva ley laboral de nuestra historia y la consecuente renuncia de Chacho Alvarez a la vicepresidencia del gobierno de la Alianza. En octubre de 2001 la ciudadanía expresaría en las urnas su repudio al rumbo asumido por el gobierno de De la Rúa y dos meses más tarde, en las históricas jornadas del 19 y 20 de diciembre, las manifestaciones populares sellarían en las calles el fin de esa experiencia política.
Aunque las escenas de aquel incendio social parezcan hoy lejanas en el tiempo, vivimos políticamente bajo la influencia que proyecta esa experiencia. La elección del año próximo podría estar señalando la desembocadura de ese ciclo de la política argentina.
Se juega si la política puede escaparse definitivamente de la jaula de hierro del sentido común cualunquista y antipolítico sistemáticamente construido por los grandes medios de comunicación.
La estrella central de la Coalición Cívica de un modo personalizado y mediatizado de hacer política parece estar llegando a su ocaso. Y ese ocaso podría estar señalando también los límites insalvables de la acción política exclusivamente centrada en la video-seducción, carente de entramados colectivos y de sustentos ideológicos.
Carrió se convirtió en la heredera de la centroizquierda republicana que había expresado el Frepaso en los años noventa. A su alrededor se nucleó una importante cantidad de dirigentes de ese origen, que habían soltado amarras con la experiencia de la Alianza, cuando ésta apareció nítidamente como una continuación vergonzante del proyecto menemista. El escenario de aquellos días era muy propicio para la penetración del discurso refundacional desarrollado en clave ética: las crisis como las de entonces llevan a las sociedades a profundas interrogaciones sobre su historia y sobre su futuro; las viejas explicaciones y las viejas retóricas son arrastradas por el vendaval de los acontecimientos. La consigna “que se vayan todos” había encarnado en planteos políticos de máxima radicalidad, muchos de ellos, de sectores políticos e intelectuales, habitualmente caracterizados por su moderación y su prudencia.
Hace rato que en la UCR se está tomando nota del cambio en el humor político de la sociedad que, visiblemente, ya no es el de los afiebrados días de la protesta agraria de 2008, ni el de los coletazos de la crisis mundial en 2009. La idea de seguir haciendo política, hacia 2011, con el tono y las consignas de entonces –que hoy siguen siendo las de Carrió y los oligopolios mediáticos– ha dejado de ser una estrategia recomendable.
Lo previsible es que Carrió y las personas que decidan seguir acompañándola doblarán indefinidamente la apuesta de la rabia antikirchnerista incondicional.
¿Puede volver Carrió sobre sus pasos? Difícilmente el radicalismo la ayude con mucho más que con gestos afectuosos y políticamente correctos
Fuente: El ocaso de una experiencia política
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